jueves, 29 de marzo de 2007

SANGRE FRESCA: UNA CHICA INSACIABLE


De "Sangre fresca: una chica insaciable", título bobo donde los haya (corresponde al rebautizo español de Innocent Blood, John Landis, 1992), se ha sabido muy poco desde su estreno, que tampoco fue nada sonado pese a ser una película de alto presupuesto, efectos especiales espectaculares, y un reparto actoral excelente encabezado por Anne Parillaud, aquella Nikita tan poderosa y al mismo tiempo tan desvalida a la que ninguna otra actriz, ni siquiera la sólo a veces contundente Bridget Fonda en la inevitable versión americana ("La asesina", Point of no return, John Badham, 1993), conseguiría superar en dicho rol. Es aquí nuestra Anne una vampira con ética: sólo emplea como alimento sangre de mala gente, principalmente gángsters de la gélida ciudad de Pittsburgh (casi vecina de la aún más famosa por su mafias Chicago). Además, por si fuera poco, la bondadosa vampira, tras el festín de hemoglobina perversa, impide que la vampirización prospere mediante un disparo en la cabeza de su víctima (sí, aquí a los vampiros se les puede matar más fácilmente de lo que la tradición manda), de ese modo hace que, llamémosla así, la epidemia no se extienda y cree una legión de muy feos muertos vivientes (los vampirizados no tienen una pinta tan saludable como la protagonista, el origen de ésta no se explica, sólo sabemos de ella que es francesa). El gran problema comienza cuando un capo mafioso (Robert Loggia), convertido en sorbete de Marie (así se llama nuestra "prota"), evita el tiro de gracia y se dedica a extender la plaga con fines más bien megalómanos.
John Landis había conseguido estupendos resultados con otra película similar, pero ésta centrada en las andanzas de un atribulado licántropo, titulada "Un hombre lobo americano en Londres" (An American werewolf in London, 1981), en la que el terror, el amor y el humor (muy negro humor) se aúnaban en una mezcla casi mágica. Inténtándolo esta vez con el vampirismo, y cambiando el sexo (y la calidad) del protagonista, los resultados, aun siendo apreciables, dejan una sensación al espectador de fórmula agotada. Sin embargo, no creo que la relegación casi absoluta que el film ha sufrido (recuerdo que ni siquiera su edición en vídeo fue en exceso comentada) sea merecida: entre sus aciertos, comentar, o recomentar, a la actriz, cuyo sentido del erotismo, entre salvaje y frágil, cumple a las mil maravillas con su cometido. Aparte de mostrarse desnuda de la manera más apasionantemente natural, como rara vez hayamos visto en el cine, sus intervenciones carmílicas son inolvidables: cuando ataca, sus ojos se prenden de un fuego colorista y su aspecto tiene toda la pinta del de un gato (gata) cazando a un pajarraco. Por otro lado, su consideración del género humano, al que no pertenece, es en verdad generosa: no sólo siente arrepentimiento y asco de sí misma cuando ha dejado seco a un maleante, sino que se enamora del policía que rastrea a sus víctimas en Pittsburgh (Anthony La Paglia). Un amor en principio imposible que, sin embargo, dará lugar a un "happy end" que es casi lo más fantástico del film, además poseedor de toda una serie de escenas hilarantes, alguna brillante, nunca mejor dicho, como la que muestra la riqueza cromática de los iris de Marie mientras hace el amor con La Paglia, y curioso por ofrecer una variante del vampiro atormentado por su propia naturaleza mucho más desenfadada, menos grandilocuente que la expuesta por Rice en sus millones de Lestats. Si la encontráis (yo la logré en italiano), a disfrutarla.

domingo, 25 de marzo de 2007

SUCESOS EN LA CUARTA FASE

Supe por vez primera de "Sucesos en la cuarta fase" (Phase IV, Saul Bass, 1974) por una poderosa secuencia mostrada en un programa dedicado al cine, en su apartado de estrenos, en la que se veía a un personaje escondido tras un traje muy semejante al que protege a los astronautas caminando a duras penas por un paisaje desolado y portando un arma extraña. Al caer y romper el cristal de su escafandra, el hombre se la quitaba y enseñaba su desesperación a la cegadora luz del sol. A la secuencia se acompañaba un comentario que hacía alusión a hormigas asesinas. No olvidé aquellas escenas, aunque no conseguí identificar la película hasta años después, cuando me compré un VHS y me encontré en el video-club con una carátula en la que una mano humana era traspasada por una hormiga y, justo encima, un título tirando a ridículo que parecía aprovecharse del éxito de la mainstream "Encuentros en la tercera fase" (Close encounters of the third kind, Steven Spielberg, 1977). Como devorador de todo tipo de películas que uno es, y sin olvidar nunca aquellas escenas con no sé qué y su comentario rozando lo irrisorio, ni se me pasó por la cabeza no proceder al visionado de ésta, acto de vehemencia que me reportó grandes sorpresas: justo dentro de la carátula se hallaban aquéllas escenas del pasado, en el marco de otras muchas en verdad espeluznantes.
Lo que la película cuenta es descabellado, pero lo hace con tales sentido de la lógica y rigor científico, que sólo se puede hablar de "Phase IV", mejor la llamaremos por su título original, como la película de cine fantástico más racionalista de la historia.
Un extraño fenómeno en el universo, ¿un choque de cuerpos celestes?, produce una no menos extraña fuente de energía que hace que nuestras hormigas adquieran inteligencia. Primero las distintas especies fórmicas dejan de luchar entre sí y se unen para hacer que sus enemigos más próximos, arácnidos, mantis, escarabajos, desaparezcan de su entorno. En segundo lugar, o segunda fase, las hormigas se enfrentan al hombre, representado en las figuras de dos científicos y una chica, única superviviente de una familia de granjeros, que se atrincheran en un laboratorio-domo. Los humanos intentan la comunicación, pero al comprobar que no es posible, proceden a destruir a los insectos recurriendo al clásico insecticida...pero las hormigas reaccionan creando otras resistentes a través de una reina convertida en fábrica de ultragenética. La chica intenta salvar a sus compañeros saliendo al exterior, pero fracasa. Uno de los científicos muere, y el otro sale también al exterior para enfrentarse en soledad a la amenaza. Su reencuentro con la joven revela que ésta ya no es la que era, sino que, según una hipótesis a la que el film te ha arrastrado dejándote poco lugar para otras alternativas, es una nueva reina creada a imagen y semejanza de la joven...¿con qué fin? En verdad aterrador: su unión al científico superviviente, cuidadosamente seleccionado, para crear una nueva raza. Da comienzo entonces la “Phase IV” del título, justo cuando la película termina.
Una idea genial con un desarrollo genial, una mirada semejante a la que surge de las facetas de la hormiga, fría y analítica, y una progresión geométrica de los hechos a tono con el avance implacable de los insectos en sus determinaciones se conjugan y dan lugar a una película de tesis que no sólo no aburre sino que produce un creciente interés. La tesis: en igualdad de condiciones intelectuales, la hormiga derrotaría al hombre sin grandes problemas merced a su especialización, adaptabilidad y gregarismo. Tras la cámara, Saul Bass, un hombre conocido por haber diseñado alguna escena gloriosa como la muerte de Janet Leigh en la ducha de aquel motel hitchcockiano, y títulos de crédito en ocasiones mucho más memorables que la película a la que servían de promesa (La gata negra, Walk on the wild side, Edward Dmytryk, 1962). No es de extrañar que haya sido él el creador de esta obra maestra sin ninguna clase de parangón, tristemente desconocida, parte ya de la genética de alguno de mis más silenciosos terrores.

viernes, 23 de marzo de 2007

OPERACIÓN GANÍMEDES


Dirigida por el alemán Rainer Erler (http://www.rainer-erler.com), además de realizador, escritor de novelas de ciencia ficción y dramaturgo, no puedo olvidar una película titulada “Operación Ganímedes” (Operation Ganymed, 1978), que ofreció en forma de serie de dos capítulos, hace ya bastantes años, Televisión Española. En ella, Erler cuenta la epopeya de una expedición humana a Ganímedes, el enorme satélite de Júpiter que más juego ha dado a ufólogos obsesivos, pseudovisionarios de sobremesa y tántrico-místico-fantasmagóricos, y lo hacía en una época, los setenta, en la que todavía no se sabía que otros satélites de ese mundo colorista, Europa a la cabeza, parecen mostrar más posibilidades para albergar el que constituye el elemento mágico y fantástico de la película: la vida. La vida en su estado más primigenio, casi caldo de cultivo, es el motivo por el que nuestros astronautas pasan toda clase de sinsabores astronáuticos, e incluso pierden la propia. Por primera vez, creo, se nos muestra en el cine de forma bien realista el viaje espacial en sí como empresa altamente peligrosa, muy lejana de esos periplos de ensueño y naif que Mélies nos enseñaba o de esas ilustraciones de estados lisérgicos con las que Kubrick iluminaba e intentaba hipnotizar en alguna de sus películas. Las naves no son maravillosas sino cubículos claustrofóbicos, los vehículos lunares recuerdan mucho a los que, en su día, recorrieron nuestra Luna; el espacio interplanetario exige a los protagonistas una continua preocupación por mantenerse a salvo.
Pero las vicisitudes del grupo de astro-supervivientes no terminan con su viaje espacial: no supone ningún respiro su retorno a una Tierra que ha dejado de ser familiar , que se ha olvidado de ellos y de su misión por completo. ¿Es ésta la Tierra como al final se revelaba aquel Planeta de los Simios?. Tal vez, los cosmonautas ni siquiera han regresado, y el desierto de reminiscencias post-nucleares que los recibe es sólo un último lugar para la reflexión, el sueño, la locura, el enfrentamiento de cada hombre consigo mismo antes de abandonarse al fin.
Hasta ahora no había reencontrado esta película. Está hecha con pocos medios, pero con un sentido de la visualidad desarmante, poderosas imágenes a través de las que Erler, sin ninguna concesión, ilustra una gran empresa humana con todo detalle de fisicidad y de psicología, un viaje que es, en fin, análisis de nuestras propias existencias y la realidad de su desamparo; expedición, en fin, a lo más profundo del espacio interior. Como digo, vuelvo a compararla con las señales que dejó en mi recuerdo de adolescente y resulta aún más contundente...aunque sólo la he encontrado en alemán, merced a esa mulita que trae y lleva en ocasiones maravillas inexplicablemente desconocidas como ésta.