martes, 18 de diciembre de 2007

EL "MÁS ALLÁ" EN MARTE

A "Fantasmas de Marte" (Ghosts of Mars, John Carpenter, 2001) se le vino en su día un aluvión de críticas encima, centradas, sobre todo, en la falta de química entre los componentes de la pareja protagonista (Nastasha Henstridge y Ice Cube) y su escasez de excelencia interpretativa, en la abundancia de efectos especiales, la poca originalidad del argumento (unos colonos del futuro marciano se encuentran con que los restos fantasmales de una antigua raza de guerreros marcianos se apoderan de sus cuerpos con el fin de arrojar de Marte a los humanos), el retroceso que, se dice, supone en la carrera de su director, John Carpenter, etc. Independientemente de que sea o no una buena película (conociendo bien la obra de su director, creo firmemente que la peli es, por lo menos, interesante), lo cierto es que "Fantasmas de Marte" entretiene, lo cual no es poco, y además lo hace de principio a fin, sin perder un ápice de su ritmo. Segundo, la pareja "prota" no es tan desdeñable como se achaca: Nastasha queda muy bien como dura mujer policía, las críticas a su falta de expresividad no me parecen pertinentes en esta ocasión, mientras que Ice convence como presidiario de buen corazón, de los que suelen pulular por el cine de Carpenter, cuya entidad se centra, ante todo, en constituir un complemento de la heroína, y además, añadir que ambos están arropados por muy buenos secundarios, mejor dicho secundarias (sobre todo, Joanna Cassidy, aquella inolvidable replicante gustosa de sierpes de Blade Runner, o la extraña, turbadora y nada aprovechada Clea DuVall). Tercero, la teórica falta de originalidad (a cierta gente le parece un filme más de zombies de los de George A. Romero, por no mencionar el parecido con las películas de vainas copialotodo, etc. etc.) es compensada merced a la erudición metagenérica propia de John Carpenter, sobre todo su admiración por el “Río Bravo” de Howard Hawks (Rio Bravo, 1959) y sus ambientes claustrofóbicos, su ritmo endiablado, su violencia soterrada que termina en un estallido liberador y su recreación de cínicos varones y féminas fuertes, lo cual no por ser una constante en su carrera, desde “Asalto a la comisaría del distrito 13”(Assault on Precinct 13, 1976), ha dejado de desarrollarse y enriquecerse en el tiempo con continuos aportes y variantes. Todo ello trasladado a un Marte terraformado de dentro de doscientos años. ¿Hay alguien que dé más?
A destacar, en fin, los momentos en que una desprevenida Joanna Cassidy libera de su encierro a los marcianos (el sello que guarda la entrada a su mausoleo desaparece sólo con ser tocado), una escena en la que la protagonista es poseída por uno de los espíritus alienígenas –sólo ella volverá a ser humana- y vislumbra el pasado de la posesiva raza entre las brumas de un sueño. Apenas percibimos a estos seres ciertamente terribles, pero lo poco que Carpenter nos deja ver hiela la sangre.
A no destacar la imaginería-sado de los poseídos, con un líder al que los créditos denominan Big Daddy Mars (algo no explicable, porque en la película no se le nombra jamás, al menos en lenguaje humano) y que recuerda en exceso a Marilyn Manson, o la escena que muestra la cabeza cortada de la aquí pánfila Pam Grier, porque no he visto en mi vida mayor cara de boba que ésta.
En fin, inexplicable que una película con tantos elementos dignos de recuerdo como ésta, con sus defectos por supuesto, acarree la muy mala fama que se le ha atribuido. Alguien nos explicará algún día el por qué.

martes, 4 de diciembre de 2007

VINIERON LAS LLUVIAS

He visto hace poco esta peli del año de la pera (The rains came, Clarence Brown, 1939) y me ha dejado un muy buen sabor de boca, de modo que paso a recomendarla, en razón no sólo a dicho sabor, sino a la consideración de que siendo muy famosa en su día (cuenta incluso con un remake, “Las lluvias de Ranchipur”, The rains of Ranchipur, Jean Negulesco, 1955), actualmente nadie parece remitirse a ella para nada.
En primer lugar quiero comentarla porque se trata de una de las primeras películas de catástrofes (junto con “San Francisco”, W. S. Van Dyke, 1936, o “Huracán sobre la isla” The hurricane, John Ford, 1937) y porque la catástrofe aquí mostrada está muy bien pertrechada, de forma que el cartón-piedra y algunos chorritos de agua semejan de forma muy conseguida los efectos de un terremoto más una inundación monzónica sobre una ciudad hindú llamada Ranchipur (muy exótico nombre). En segundo lugar, porque está muy bien interpretada, sobre todo por Mirna Loy, una más que excelente actriz de arrolladora personalidad que sufre hoy un cierto olvido, y por un juvenil, bronceado y “turbado” (literalmente, y en cuanto a que hace de hindú y lleva un turbante) Tyrone Power, actor que también sufriría lo suyo a causa de una supuesta petrificación de cara crónica, pero que luego demostraría con creces sus dotes interpretativas en la última etapa de su carrera (sobre todo en “El callejón de las almas perdidas”, Nightmare Alley, Edmund Goulding, 1947). En tercer lugar por las dos historias de amor semejantes que propone: la que se da entre George Brent (la más gris pareja interpretativa con la que pudo contar Bette Davis) y la poco conocida Brenda Joyce, y la surgida entre Mirna Loy y Tyrone Power. Ambas tienen un elemento digamos puro e inocente (la parte de Tyrone y Brenda) y otro aventurero, depredador sexual y harto de tal trayectoria vital (rol que les toca a Mirna y a George). Las diferencias, aparte de las que a la parte interpretativa se refieren, estriban en que, siendo ambas relaciones espoleta de una transformación espiritual de los personajes “descarriados”, en el caso de la pareja Mirna-Tyrone aquélla alcanza tintes quasi-místicos: el amor nunca llegará a realizarse ni siquiera en un beso, y será mucho más difícil de sostener y conmovedor en cuanto que Tyrone es el heredero del Maharajá muerto y Mirna estorba su futuro, por lo que se verá “quitada de en medio” al enfermar y morir, lo cual sirve además de alto pago al encuentro de ese amor puro, del que ella dice haber sido anteriormente desconocedora. Buenísima la escena de muerte que interpreta Mirna, de una forma suave y sin transiciones fenece mientras mira a Tyrone, en todo momento irradiando belleza. Igualmente inolvidable el fugaz rostro de Tyrone cuando al ser elevado a Maharajá, escucha la curiosa melodía-oración que une a ambos amantes.
En fin, una película a la que el paso del tiempo no ha conseguido envejecer y que contiene unos cuantos valores que por sí solos la sostienen y la hacen merecedora de visionado y hasta de recuerdo.