sábado, 25 de octubre de 2008

UN, DOS, TRES...

Mucho se ha hablado sobre esa obra maestra titulada Arrebato (1979), pero pocas veces se remite nadie a la otra joya en largo metraje del polifacético director vasco Iván Zulueta. Se trata de Un, dos, tres…al escondite inglés (1969).
Esta ópera prima realizada a la manera de las películas que por aquella época rodó Richard Lester con los Beatles de protas (A Hard Day's Night, 1964; Help!, 1965), se filmó a toda prisa, con cuatro duros y sin guión inicial, aunque supliendo estas precariedades con raudales de ingenio, imaginación y talento cinematográfico.
Hilarante por los cuatro costados, trata de una panda de vendedores de discos, adoradores del pop anglosajón, que planean boicotear una especie de festival de Eurovisión llamado aquí Mundocanal quitando de en medio a todos los posibles intérpretes de la canción escogida. Desde los pre-créditos (la canción que defiende España, titulada curiosamente "Mentira mentira", es cantada por su vacuna creadora con tal despliegue de aspavientos que las cámaras de TV retroceden aterradas) hasta esa fiesta final en la que todos tienen/tenemos cabida, Un dos tres.. hace un recorrido multicolor, cariñoso, risueño, chispeante, ye-yé pero no como la famosa chica, una delicia de recorrido, vamos, por el panorama del pop español de la época (con cartel y decorados psicodélicos del propio Zulueta y actuaciones de gente como Los Ángeles, Fórmula V, Los Buenos, Los Beta, Henry y los Seven, etc.), al tiempo que arremete contra las varias "carpetovetonicias" de esa España que entraba en los setenta, especialmente los concursos musicales y en concreto ese monumento al plomo que fue y sigue siendo el Festival de Eurovisión.
Los momentos y personajes para regalar a la retina y al recuerdo son numerosos, sólo citaré algunos: la atolondrada buscadora de discos de horóscopos que siempre choca, en su infatigable búsqueda, con los protagonistas; el cantautor reducido a fantasma de un caserón en ruinas (el entonces muy popular Ismael); Patty (fantástica Patty Shepard) vestida de Caperucita Roja, “intoxicando” a los Beta con bollitos de anís de su cestita; José María Iñigo descubriendo a su doble Rosco y echándose a temblar (tema, el del doble, que impregnaría la escasa obra de Zulueta hasta ese televisivo y muy inquietante Párpados, 1989); los globitos venenosos inflados por la entrañable María Isbert (Isberta en la película); Justa (Mercedes Juste, luego vista en alguna de Almodóvar) atrayendo grácilmente a los Fórmula V con pétalos de su cestillo en el que guarda, también para ellos, una granada de mano; las tres ancianitas tejedoras, a la manera de unas Parcas cañís, que presencian y juzgan toda la acción de la película, o, en fin, la divertida destrucción del festival de Mundocanal por parte de Judy (primor de picardía Judy Stephen).

Pese a contener una aguda crítica de toda una sociedad (la de los últimos tiempos del franquismo) consiguió burlar los tijeretazos de la censura merced a su tono gentil y su apariencia juguetona casi de tebeo. Eso sí, el estreno de la película fue postergado para después de la celebración del festival de Eurovisión de aquel año, el más delirante habido hasta Chikilicuatre, celebrado en España y en el que ganó-coganó-noganó nuestra flecos Salomé… ¡junto a los representantes de otros tres países!.
A menudo sorprendente, visualmente muy original, rica en aciertos de todo tipo, vía aún hoy muerta para un posible cine musical español, Un dos tres… intenta y consigue algo muy difícil: exhibir y contagiar una inmensa alegría por vivir y por contar para ello con algo tan estupendo como es la música (remedando a ABBA y su Thank you for the music ;)).

Que la disfruten ustedes. Tralará…


(Para una mayor información sobre el director y toda su obra, considero imprescindible la consulta de http://www.ivanzulueta.com/)

jueves, 9 de octubre de 2008

LA LÍNEA DE DAVID LYNCH: DUMBLAND

De David Lynch se suele decir: "no entiendo ni papa de lo que este hombre ha querido decir con esta película", e inmediatamente se califica la misma de bodrio ininteligible y se maldice a su autor.
No creo que sea esa la manera de llegar al corazón (salvaje) de Lynch, como tampoco es la manera de llegar al corazón de la mayor parte del arte contemporáneo.
En la serie de dibujos animados Dumbland (2002), traducible como “Tierra estúpida” o "Estupilandia", David Lynch escoge el más sencillo de los formatos infográficos para dar vida a sus personajes y obsesiones: el flash. Él es el guionista, dibuja, edita, pone voz a todos los personajes...y el resultado es un David Lynch en estado puro, sin intermediarios.
La trama de los ocho episodios es muy simple, en ocasiones ni siquiera existe, más bien se trata de dar garabato a un gag, de pergeñar una determinada atmósfera, un tempo, una forma de acercarse a un alucinación o a una pesadilla. Pero el mundo de Lynch está ahí, filtrado por flash, lo cual le da la requerida óptica nerviosa, fluctuante, inestable, delirante...
El protagonismo es para una familia que vive en algún punto de algún espacio-tiempo llamado Dumbland. Sus miembros:
Un padre maldiciente, cruel, violento, tridentado, guarro, estúpido y pedorro...
Una madre psicótica, en perpetuo estado de crispación nerviosa (pelos como escarpias, ojos salidos de las órbitas, manos agarrotadas, gritos de horror ante cualquier movimiento propio o ajeno...)
Un hijo que puede ser un alien, un fantasma o un espermatozoide –lo que nos remite de forma inmediata al engendro llorón de “Cabeza borradora” (Eraserhead, 1977)- y que admite los adjetivos de ruidoso, hiperactivo, repetitivo, obsesivo...
Entre los secundarios, un vecino del que descubrimos que tiene sólo un brazo auténtico y que le atraen sexualmente los patos, un amigo del padre, flatulento como éste y con algo de un John Wayne al borde del delirium tremens, un ser anónimo con un palo atravesado en la boca y al que el padre, azuzado por el hijo-sonsonete (get the stick, get the stick!!), literalmente vuelve del revés; unas hormigas oníricas y vengativas, un tío Bob que eructa, se pedorrea, vomita, y sacude al padre de una forma progresiva, repetitiva y rítmica...
También hay objetos que adquieren protagonismo, así una cinta de correr que acaba triunfando sobre los afanes destructores del padre, un insecticida llamado sencillamente “Kill”, un colgador de ropa que provoca un accidente de tráfico sólo porque sí y una televisión que emite violencia obsesiva, repetitiva y rítmica.
Para mí, el mejor episodio es el sexto, titulado My teeth are bleeding ('mis dientes sangran'). En el salón, confluyen el hijo saltando sobre una cama elástica mientras sangra y grita sin cesar my teeth are bleeding!!, my teeth are bleeding!!, la madre sufriendo un colapso nervioso aparatosísimo mientras está sentada en su sofá y el padre contemplando la misma escena de violencia sangrienta en la televisión repitiéndose una y otra vez y el caos del mundo exterior a través de una ventana. Será, sin embargo, una mosca intrusa la que altere la “paz” de esta escena y provoque los exabruptos del padre.
Lynch definió Dumbland como una "cruda, estúpida, violenta y absurda serie", adelantándose a posibles detractores. El humor es ineludible, a pesar de que se recrea en escenas a veces de contenido fuertemente escatológico, cruel o incluso gore. También resulta ineludible reconocer de alguna manera muchos de los absurdos, estupideces, crueldades y violencias que rodean, sacuden y, lo que es peor, surgen de nuestra existencias.
Acercarse a Lynch, o al menos intentarlo, no supone machacar la maquinaria comprensiva clásica, como apunté al principio, sino dejarse arrastrar por sus maneras, formas y caminos hasta territorios insospechados.
Agujeros negros quizá...Dumbland.

(Nota: todos los episodios de Dumbland pueden visionarse en http://www.youtube.com/)