jueves, 25 de septiembre de 2008

NELL O LA BUENA SALVAJE

Perteneciente a ese grupo de películas que se fraguan con el deseo de atraer aguacero de óscares, y que luego, por cierto, no reciben ninguno, y son entregadas, casi siempre con justicia, a las fauces del cubo de la basura, “Nell” (Nell, Michael Apted, 1994) cuenta con algunos tantos a su favor que deberían levantarla por encima de tan duro destino, sin conseguirlo. Vamos a ver si le prestamos un empujoncillo.
En primer lugar su historia, aún teniendo los suficientes elementos para captar el interés del público en masa, no se puede encuadrar dentro de lo típico: se cuenta aquí el intento por parte de un médico y una psiquiatra (Liam Neeson y Natasha Richardson, matrimonio en la vida real) de comunicarse con una joven llamada Nell (Jodie Foster) que, crecida lejos de la civilización, ha creado su propio idioma y sus propias relaciones con el medio, las montañas de Carolina del Norte (fabulosa la fotografía de Dante Spinotti). El tratamiento de tal anécdota es prolijo, pero el efecto sopor se palía mediante una interesante reflexión antropológica que incluye temas como la facultad comunicativa del ser humano, su creatividad y su imaginación, y el despliegue de toda una serie de elementos o curiosos u originales: la manera dulce de aceptar e integrar la muerte en el concepto de ciclo natural que Nell posee, plásticamente mostrada en la colocación de flores en los ojos de sus muertos; el hecho de que su lenguaje sea un collage creado por ella misma a base de elementos tomados de su relación con su hermana gemela, muerta cuando ambas eran pequeñas, y con su madre, cuya capacidad lingüística venía mediatizada por una apoplejía; y la bondad intrínseca que el personaje destila, que recuerda a la del "buen salvaje" de Rousseau o el Viernes de Robinson Crusoe. Resaltable, asimismo, el poder unitivo de Nell, al reconciliar a la algo maltrecha pareja protagonista, y su sensualidad inconsciente, capaz de enamorar, eso sí, neoplatónicamente, al galeno Neeson.
Las interpretaciones tampoco poseen esa ampulosidad que cabría esperar en operaciones comerciales de parecida índole: Jodie Foster está excelente, todo lo sobria que se puede en un papel proclive a exageraciones, y muy bien secundada por el gigantesco, en estatura física e interpretativa, Liam Neeson y por Natasha Richardson, hija de Vanessa Redgrave y hermana de Joely. El malo de la función, encarnado con mera corrección por un poco conocido Richard Libertini, quiere aquí nada menos que estudiar a Nell como si de una ratona se tratase.
A destacar, por encima del resto de las piezas que conforman este bonito film, la en verdad extraordinaria banda sonora de Mark Isham, capaz de funcionar autonómamente para describir ambientes y situaciones.
Y en fin, dotada de un “end” que deja abierta la duda de si la integración social del Tarzán de turno (aquí Tarzana) supondrá la felicidad de éste o todo lo contrario…aunque la última mirada de Nell hacia su pequeño mundo es conmovedoramente ilustrativa.

domingo, 7 de septiembre de 2008

AMOR LOCO

Basada en los diarios de la segunda hija de Victor Hugo, “Diario íntimo de Adèle H.” (L’histoire de Adèle H., François Truffaut, 1975) es una de las mejores y menos conocidas películas de su director.
En ella encontramos a Adèle (Isabelle Adjani) amorosamente obsesionada por un tal teniente Pinson (Bruce Robinson) que no la corresponde, y al que sigue y persigue por la geografía mundial. En este periplo, Adèle arremete contra todos los códigos sociales impuestos a la mujer de su tiempo: viaja en soledad a otro continente a la búsqueda y captura de un hombre, cambia de identidad una y otra vez (entre ellas destacable la de su hermana Leopoldine, ahogada junto a su marido algunos años antes), se finge embarazada, almohadón mediante, con el fin de comprometer a Pinson; se viste de hombre, ofrece dinero a Pinson a cambio de sus favores sexuales o incluso llega a enviarle una prostituta en su nombre que, por cierto, el individuo acepta.
Perdida ya cualquier esperanza de éxito en sus pretensiones de conquista, H. termina su historia perturbada, sucia, fantasmagórica y sola en unas calles extrañas de Barbados, en un estado que podríamos muy bien llamar “fondo del arroyo”.
¿Pero qué es lo que motiva la aventura al límite de Adèle? Hay quien dice que se trata de un caso de inteligencia fracasada, a la manera de José Antonio Marina. Muy dotada para las artes (música y literatura), Adèle prefiere vivir siguiendo un ideal plenamente romántico que termina superándola y conduciéndola a los abismos de la locura (moriría en un sanatorio francés para enfermos mentales en el año 1915, nada menos que a los 85 años). A ello contribuye, sin duda, el deseo de creación de una vida/obra de su exclusiva propiedad lejos de la poderosa estela de su padre, el escritor Victor Hugo, a quien en la película no se llega a nombrar por expreso deseo de sus herederos: la historia de su lejana pariente es aún considerada vergonzosa por aquéllos.
Adèle es también el paradigma de un amor que gira en torno a sí mismo, una “amante del amor” fanática y espiral, muy en la línea de Truffaut, quien precisamente unos años antes había dirigido un film de amor tan delirante como "La sirena del Mississipi" (La sirène du Mississipi, 1969) y un par de años después dirigiría otro tal cual titulado “El amante del amor” (L'homme qui aimait les femmes, 1977). Sintomáticos, a este respecto, la completa incapacidad de Adèle para aceptar el rechazo y aun el desprecio continuos de Pinson, y sobre todo, el momento en el que nuestra heroína, ya enajenada, pasa junto a su teniente…¡y no lo reconoce!
Excelente la fotografía de Néstor Almendros, consiguiendo con una gama de tonalidades fuertes (entre las que destacan unos intensos rojos y naranjas) ilustrar la pasión fogosa que devora a Adèle.
Igualmente remarcable el trabajo de una juvenil y bellísima Isabelle Adjani, quien parece vivir el personaje en la que muchos dicen sería una de las grandes interpretaciones de los años 70, nominada al oscar en su edición de 1975, pero, por desgracia, no “won”. A señalar, como otra de las claves de la película, que Truffaut se enamoró de Adjani durante el rodaje, cosa que se nota en la omnipresencia que se le concede a la actriz y en otro de los momentos cumbres de esta película hermosa como pocas, aquél en que una Adèle automatizada por la obsesión cree reconocer a Pinson y éste resulta ser, para chasco de aquélla, otro oficial encarnado por Truffaut. Conmovedora la mirada cautivada de éste mientras Adjani se aleja rumiando un amor que a él no le corresponde.

Termino con la frase de los "Diarios" de Adèle Hugo que enmarca el film:

Eso tan increíble de hacer, que una joven cruce el mar, que pase del viejo mundo al nuevo para reunirse con su amante, yo lo haré…

miércoles, 3 de septiembre de 2008

MUNDOS OPUESTOS

Pocas películas de la factoría Disney se pueden calificar de olvidadas. Algunas de ellas con bastante razón (la aburrida “Los tres caballeros”, The three caballeros, Norman Ferguson, 1944; o la del todo anodina Robin Hood, Wolfgang Reitherman, 1970). Sin embargo, otras, entre las que se halla la que quiero contribuir a rescatar, yacen en el fondo de la Laguna Estigia no sólo siendo absolutamente inocentes para sufrir tamaña injusticia, sino contando con valores insospechados desde la visión de su cartel-carátula.
Cursi, puede (nunca en la medida de un “Blancanieves...”); poco pretenciosa, seguro; dotada de personajes vulgares y corrientes (animalitos sacados de la cotidianeidad de un par de granjas anónimas y su entorno, no príncipes, princesas, brujas o hadas), pues sí, también; y es justo esto lo que hace diferente a “Tod y Toby" (The Fox and the hound, Art Stevens, Ted Berman, Richard Rich, 1981), su forma de magnificar un sentimiento tan valioso como es la amistad, precisamente mediante una serenidad y una sencillez que resultan impensables en un marco de tradicional rimbombancia con marca Disney.
Dos cachorros de distintas especies, Toby y Tod (un perrito de caza y un zorrillo huérfano) se encuentran y se hacen amigos (a lo cual no resulta ajena la soledad del perro, criado duramente para la caza junto a otro can adulto con malas pulgas, y la del zorro, caído en un mundo en que sólo su mentora humana y el perro lo consideran no extraño). Ya crecidos y encaminados ambos por derroteros opuestos, la realidad les hará enfrentarse, para terminar sin embargo, en uno de los finales más auténticamente emotivos que se haya visto en una peli Disney, superando esta prueba suprema. Tras salvarse la vida el uno al otro, ambos asumen que deberán separarse para siempre, quedando no obstante vivo el recuerdo de su amistad.
Certero el retrato de ambos personajes, el perro, melancólico pero endurecido por el fatídico destino que como cazador le toca, en el que poco o ningún lugar parece haber para sentimientos; el zorro, revoltoso, alegre, rebelde, reacio a comprender el progresivo rechazo de su amigo. Memorables, asimismo, los secundarios, que contribuyen a desarrollar la historia como testigos y nuncios de lo irremediable (Mamá Búho) y como contrapunto humorístico (los dos pájaros torpones que persiguen al gusano, mucho más agudo que ellos).
Paisajes de cuidado pictórico, momentos de belleza captados con rara sensibilidad (un ejemplo, aquél en que Toby se pone a olisquear un rastro en el bosque, como corresponde a su función de cazador, y acaba dando con el que será su amigo el zorro) y música con ciertos aires de tristeza ayudan a hacer de “Tod y Toby” un film universal, pequeño en apariencia, pero grande en cuanto al corazón.