viernes, 7 de noviembre de 2008

RICAS Y FAMOSAS

Podría destacarse "Ricas y famosas" (Rich and famous, George Cukor, 1981) por ser la primera película de Meg Ryan, pero ocurre que un servidor no es fan de esta rubita hoy tan degradada por el quirófano. También podía destacarse por ser la última película de George Cukor, uno de los directores de Hollywood que mejor ha sabido plasmar el alma femenina en la pantalla (recordemos trabajos como "Ha nacido una estrella", A star is born, 1954, probablemente el mejor trabajo interpretativo de la torturada Judy Garland, o, sobre todo, el emblemático "Mujeres" -Women, 1939- donde actrices como Norma Shearer, Rosalind Russell o una entonces emergente Joan Crawford interpretaban-se lucían-gozaban bajo la batuta del joven Cukor). Pero por lo que voy a destacar "Ricas y famosas" es por su atemporalidad y su universalidad, la primera, arriesgada en medio de un cine en el que los efectos especiales ya descollaban y empezaban a dominar la taquilla: "Ricas y famosas" es una película de incisivos diálogos, de silencios y miradas cargados de expresividad, de nudos en la garganta y risas explosivas, y de llantos devastadores y sonrisas apenas esbozadas, que a pesar de estar dirigida por un hombre ya anciano, acostumbrado a otras épocas del cine, sabe acomodar sus formas de siempre a los nuevos tiempos o a cualesquiera otros, y eso tomando una base del pasado como es Old Acquiantance (1943), peli de Vincent Sherman donde las fuertes presencias de Bette Davis y Miriam Hopkins ocupaban los papeles que en el film aquí comentado corresponden a unas formidables Jacqueline Bisset (también productora de la película) y Candice Bergen. La universalidad la ponen las conclusiones que partiendo del estudio de dos mujeres trascienden al estudio del ser humano en general y su necesidad relacional. En este sentido "Ricas y famosas" es un hermosísimo canto a la amistad. Los amigos no sólo pueden llegar a ser incluso más importantes que nuestras familias, sino que a un amigo verdadero no lo perderás nunca, pase lo que pase, eso es lo que la película ilustra y comunica de una forma tan delicadamente precisa.

Dos escritoras de muy diversa índole, la una intelectual, poco prolífica y sólo apreciada en círculos cultos (Bisset), y la otra extrovertida, exuberante, culebronera y triunfadora de masas (Bergen), ven peligrar su amistad cimentada en una promesa de fidelidad recíproca por causa de orgullo, celos, envidia, rencores no superados y el muy distinto devenir de sus vidas: la una se relaciona con numerosos hombres sin retener a ninguno (destacable una escena de una inmensa ternura en la que Bisset tiene un encuentro sexual con un jovencito -Matt Lattanzi-), la otra es esposa y madre, de moral y costumbres burguesas, y, claro está, su marido (David Selby) no le es fiel y su hija (Meg Ryan) vive su vida. A pesar de estas diferencias, cuyo contraste en forma de enfrentamientos entre ambas féminas da para reír y para conmoverse, para reflexionar y mirar un poco más a nuestros adentros y afueras, las dos mujeres permanecen unidas, porque en último término sólo se tienen la una a la otra.


De esas películas que dejan poso para rato, pero que, como suele ocurrir con los cantos de cisne de grandes directores, pueden convertirse en piezas de desván. Snif...