domingo, 25 de marzo de 2007

SUCESOS EN LA CUARTA FASE

Supe por vez primera de "Sucesos en la cuarta fase" (Phase IV, Saul Bass, 1974) por una poderosa secuencia mostrada en un programa dedicado al cine, en su apartado de estrenos, en la que se veía a un personaje escondido tras un traje muy semejante al que protege a los astronautas caminando a duras penas por un paisaje desolado y portando un arma extraña. Al caer y romper el cristal de su escafandra, el hombre se la quitaba y enseñaba su desesperación a la cegadora luz del sol. A la secuencia se acompañaba un comentario que hacía alusión a hormigas asesinas. No olvidé aquellas escenas, aunque no conseguí identificar la película hasta años después, cuando me compré un VHS y me encontré en el video-club con una carátula en la que una mano humana era traspasada por una hormiga y, justo encima, un título tirando a ridículo que parecía aprovecharse del éxito de la mainstream "Encuentros en la tercera fase" (Close encounters of the third kind, Steven Spielberg, 1977). Como devorador de todo tipo de películas que uno es, y sin olvidar nunca aquellas escenas con no sé qué y su comentario rozando lo irrisorio, ni se me pasó por la cabeza no proceder al visionado de ésta, acto de vehemencia que me reportó grandes sorpresas: justo dentro de la carátula se hallaban aquéllas escenas del pasado, en el marco de otras muchas en verdad espeluznantes.
Lo que la película cuenta es descabellado, pero lo hace con tales sentido de la lógica y rigor científico, que sólo se puede hablar de "Phase IV", mejor la llamaremos por su título original, como la película de cine fantástico más racionalista de la historia.
Un extraño fenómeno en el universo, ¿un choque de cuerpos celestes?, produce una no menos extraña fuente de energía que hace que nuestras hormigas adquieran inteligencia. Primero las distintas especies fórmicas dejan de luchar entre sí y se unen para hacer que sus enemigos más próximos, arácnidos, mantis, escarabajos, desaparezcan de su entorno. En segundo lugar, o segunda fase, las hormigas se enfrentan al hombre, representado en las figuras de dos científicos y una chica, única superviviente de una familia de granjeros, que se atrincheran en un laboratorio-domo. Los humanos intentan la comunicación, pero al comprobar que no es posible, proceden a destruir a los insectos recurriendo al clásico insecticida...pero las hormigas reaccionan creando otras resistentes a través de una reina convertida en fábrica de ultragenética. La chica intenta salvar a sus compañeros saliendo al exterior, pero fracasa. Uno de los científicos muere, y el otro sale también al exterior para enfrentarse en soledad a la amenaza. Su reencuentro con la joven revela que ésta ya no es la que era, sino que, según una hipótesis a la que el film te ha arrastrado dejándote poco lugar para otras alternativas, es una nueva reina creada a imagen y semejanza de la joven...¿con qué fin? En verdad aterrador: su unión al científico superviviente, cuidadosamente seleccionado, para crear una nueva raza. Da comienzo entonces la “Phase IV” del título, justo cuando la película termina.
Una idea genial con un desarrollo genial, una mirada semejante a la que surge de las facetas de la hormiga, fría y analítica, y una progresión geométrica de los hechos a tono con el avance implacable de los insectos en sus determinaciones se conjugan y dan lugar a una película de tesis que no sólo no aburre sino que produce un creciente interés. La tesis: en igualdad de condiciones intelectuales, la hormiga derrotaría al hombre sin grandes problemas merced a su especialización, adaptabilidad y gregarismo. Tras la cámara, Saul Bass, un hombre conocido por haber diseñado alguna escena gloriosa como la muerte de Janet Leigh en la ducha de aquel motel hitchcockiano, y títulos de crédito en ocasiones mucho más memorables que la película a la que servían de promesa (La gata negra, Walk on the wild side, Edward Dmytryk, 1962). No es de extrañar que haya sido él el creador de esta obra maestra sin ninguna clase de parangón, tristemente desconocida, parte ya de la genética de alguno de mis más silenciosos terrores.

1 comentario:

Anónimo dijo...

el cerebro de una hormiga jamás podrá llegar a desarrolla una civilización pero si puede poner en peligro a cualquiera