martes, 4 de diciembre de 2007

VINIERON LAS LLUVIAS

He visto hace poco esta peli del año de la pera (The rains came, Clarence Brown, 1939) y me ha dejado un muy buen sabor de boca, de modo que paso a recomendarla, en razón no sólo a dicho sabor, sino a la consideración de que siendo muy famosa en su día (cuenta incluso con un remake, “Las lluvias de Ranchipur”, The rains of Ranchipur, Jean Negulesco, 1955), actualmente nadie parece remitirse a ella para nada.
En primer lugar quiero comentarla porque se trata de una de las primeras películas de catástrofes (junto con “San Francisco”, W. S. Van Dyke, 1936, o “Huracán sobre la isla” The hurricane, John Ford, 1937) y porque la catástrofe aquí mostrada está muy bien pertrechada, de forma que el cartón-piedra y algunos chorritos de agua semejan de forma muy conseguida los efectos de un terremoto más una inundación monzónica sobre una ciudad hindú llamada Ranchipur (muy exótico nombre). En segundo lugar, porque está muy bien interpretada, sobre todo por Mirna Loy, una más que excelente actriz de arrolladora personalidad que sufre hoy un cierto olvido, y por un juvenil, bronceado y “turbado” (literalmente, y en cuanto a que hace de hindú y lleva un turbante) Tyrone Power, actor que también sufriría lo suyo a causa de una supuesta petrificación de cara crónica, pero que luego demostraría con creces sus dotes interpretativas en la última etapa de su carrera (sobre todo en “El callejón de las almas perdidas”, Nightmare Alley, Edmund Goulding, 1947). En tercer lugar por las dos historias de amor semejantes que propone: la que se da entre George Brent (la más gris pareja interpretativa con la que pudo contar Bette Davis) y la poco conocida Brenda Joyce, y la surgida entre Mirna Loy y Tyrone Power. Ambas tienen un elemento digamos puro e inocente (la parte de Tyrone y Brenda) y otro aventurero, depredador sexual y harto de tal trayectoria vital (rol que les toca a Mirna y a George). Las diferencias, aparte de las que a la parte interpretativa se refieren, estriban en que, siendo ambas relaciones espoleta de una transformación espiritual de los personajes “descarriados”, en el caso de la pareja Mirna-Tyrone aquélla alcanza tintes quasi-místicos: el amor nunca llegará a realizarse ni siquiera en un beso, y será mucho más difícil de sostener y conmovedor en cuanto que Tyrone es el heredero del Maharajá muerto y Mirna estorba su futuro, por lo que se verá “quitada de en medio” al enfermar y morir, lo cual sirve además de alto pago al encuentro de ese amor puro, del que ella dice haber sido anteriormente desconocedora. Buenísima la escena de muerte que interpreta Mirna, de una forma suave y sin transiciones fenece mientras mira a Tyrone, en todo momento irradiando belleza. Igualmente inolvidable el fugaz rostro de Tyrone cuando al ser elevado a Maharajá, escucha la curiosa melodía-oración que une a ambos amantes.
En fin, una película a la que el paso del tiempo no ha conseguido envejecer y que contiene unos cuantos valores que por sí solos la sostienen y la hacen merecedora de visionado y hasta de recuerdo.

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