miércoles, 12 de septiembre de 2007

NIÑOS MALOS Y REQUETEMALOS

Las películas de "niños malos" no son demasiado numerosas...Es lógico, no todo el mundo puede usar el concepto "niño" como algo distinto de bondad, inocencia, etc. -incluso cuando la realidad muestra cómo el niño puede llegar a ser el ser más perverso que imaginarse uno pueda-. Sin embargo, quien se ha atrevido con la a veces dura barrera de los tabúes y ha colocado a un niño de protagonista malvado de la función generalmente ha obtenido buenos resultados de toda índole, incluidos los artísticos. En este ramillete de películas, nos encontramos con todo tipo de retratos de infantes retorcidos, canallas, falsos, homicidas, carne de horca, de diván o de celda de goma, perturbadores, extraterrestres, vampiros, pequeños monstruos inconfesos o confesados, etc. Como ejemplo de niño aparentemente candoroso que en esencia es un ser depravado podemos traer a la memoria la niña llenita de pecas (Karen Balkin) que acusaba a las encantadoras Audrey Hepburn y Shirley MacLaine de "amores ilícitos" ("Calumnia", The children's hour, William Wyler, 1961) porque, ambas sus profesoras, la castigaban sin postre por sus travesuras. Entre los primores de esta "cosita" mencionar su muy cruel chantaje a otra niña cleptómana sabedora de la verdad, la llorosa Veronica Cartwright -por cierto, niña bien maltratada por el cine, a quien picoteaban los pájaros de Hitchcock y a quien, ya más crecida, perseguían las vainas espaciales de Philip Kaufman ("La invasión de los ultracuerpos", Invasion of the body snatchers, 1978) y Ridley Scott convertía en potito del "octavo pasajero"-. Añadir que la niña odiosa de "Calumnia" ya había hecho de las suyas en la versión antigua de esta obra de Lillian Hellman, "Esos tres", These three, también de William Wyler (1936) esta vez bajo los rasgos de Bonita Granville (de nombre y apellido contradictorios pero como venidos al pelo), mucho más capaz que la anterior micro-actriz de conferir a su personaje infantil una dimensión inquietantemente consciente y maquiavélica. Caso aún más extremo lo hallamos en "La mala semilla" (The bad seed, Mervin LeRoy, 1956), con niña coletuda de apariencia cursi (Patty McCormack) operando desde su apariencia hecha toda de encajes, embaucando a sus mayores, e incluso asesinándolos. La genética, en este caso, explicaba el comportamiento de la niña (descendiente de una abuela asesina, pirómana, presidiaria y ejecutada). Otro caso remarcable de niño de fachada dulce pero de contenido harto reprensible es el del Macaulay Culkin de "El buen hijo" (The good son, Joseph Ruben, 1993), que a pesar de las sempiternas limitaciones de este actor, consigue alcanzar un elevado tono de perversidad al presentar a un niño bueno testigo -y blanco- de las atrocidades de Culkin y a quien, por supuesto, nadie cree (el mucho mejor actor Elijah Wood). Niño psicópata y más que peligroso es el Martin-Chris Udvarnoki de "El otro"(The other, Robert Mulligan, 1972), dotado de una doble personalidad, una buena y la otra "peor" (como diría la buenísima de Mae), sólo querido por una abuela que, no obstante, también le teme (la extraordinaria Uta Hagen), y repelente ante los ojos del resto de su familia, incluida una madre sufridora de mirada ilustrativa (la amiga de leonas buenas nacidas libres, Diana Muldaur). Los desmanes de este niño-doble llegarán al asesinato de su sobrina recién nacida y a un intento por parte de su abuela de quitarlo de en medio, que, como es de esperar, sólo resultará funesto para ella. El acierto mayor de este film consiste en mostrar con suma minuciosidad ese lado terrible que puede adquirir el mundo de la imaginación usado a conveniencia por un niño.
En ocasiones, no es el infante en sí lo que siembra el terror y el caos a su alrededor. Angelitos en principio buenos se transforman, por obra y gracia de entidades extrañas y ajenas a ellos, en todo lo contrario: el caso más repugnante es, sin duda el de la pizpireta Regan de "El exorcista" (The exorcist, William Friedkin, 1973), poseída por nada menos que un demonio babilónico de nombre sonoro (Pazuzu) sin que sepamos muy bien por qué, y transformada en un verdadero estercolero maldiciente, telequinésico, levitatorio y amigo de masturbarse con crucifijos y de hacerles la vida imposible a mamás y a curas. Film de extremada crueldad, cortado y luego recompuesto por su director, que en su día produjo salidas masivas de las salas de proyección e incluso algún patatús, alcanza, no obstante sus mayores logros en las escenas en las que Pazuzu todavía no ha tomado la forma regordeta de Linda Blair y es solamente una estatua en unas excavaciones de Nínive. Algo menos vomitivo, pero igual de diabólico es el Damien de "La profecía" (The omen, Richard Donner, 1976), nada menos que la encarnación del bíblico anticristo, que traía de cabeza a sus padres adoptivos (Gregory Peck y Lee Remick) ayudado por unos perrazos negros y una nanny con cara de ídem (Billie Whitelaw). Niños poseídos por entidades del más allá parecen ser Miles y Flora, nacidos en una novela de fantasmas de Henry James ("Otra vuelta de tuerca", The turn of the screw) y llevados al cine en varias ocasiones, aunque la más notable de la mano, y mirada, de Jack Clayton ("Suspense", The innocents, 1961), director que supo estar a la altura de la ejemplar ambigüedad de James, contando con unos actores infantiles extraordinarios, Pamela Franklin y Martin Stephens. Ejemplos de niños poseídos por extraterrestres de perversas intenciones o directamente de esta procedencia los tenemos en el pequeño reconvertido por obra y gracia de entidades ciertamente malignas en Xtro (Harry Bromley Davenport, 1981), sin lugar a dudas una de las películas más extrañas que ha parido el cine; sin olvidar el grupo homogéneo de nenes/as rubitos/as -entre los que reconocemos al magnífico Martin Stephens ya citado-, monos pero maquinales, fríos e implacables, a quien sólo la sabiduría de un humano excepcional (el gran George Sanders) podrá derrotar en sus afanes invasores, en el film británico basado en la novela de John Wyndham, The Midwich's Cuckoos, "El pueblo de los malditos", (The Village of the damned, Wolf Rilla, 1961). De esta película, con impresentable secuela, existe no obstante una estimable nueva versión de John Carpenter, en la que los niños alienígenas venían a este mundo por parejas y sólo uno de ellos se quedaba sin la suya, precisamente el salvable (o no), pero el reparto que le tocó en gracia al pobre Carpenter (que incluía a gente como la "cheer's" Kirstey Alley, el "cachazudo" Michael Paré o la "Cocodrila Dunda" Linda Koslowski) dinamitó en buena parte las buenas intenciones del conjunto. Niños mutantes, nacidos por culpa de madres dadas al anticonceptivo, entrañaron algunas de las más famosas películas de Larry Cohen, un quasi-maestro del terror a quien su reaccionarismo priva de la enjundia a la que por su a veces buena mano para provocar miedo pudiera haber aspirado ("Estoy vivo", It's alive, 1973 y dos secuelas). No obstante, niños merecedores de lástima, de quienes no es culpa preferir la carne y sangre del prójimo al clásico biberón, y a quienes a pesar de todo, se aprecia (en la primera de esta serie, la familia termina por proteger al escalofriante rorro). Niños con colmillos y adictos al hematocrito y a la protrombina de los demás, flotantes entre las nieblas nocturnas, aparentemente desvalidos pero sólo para dar pena a sus víctimas, son el benjamín de la familia Wurdalak en "Las tres caras del miedo" (I tre volti della paura, Mario Bava, 1963, basada en A. Tolstoi), los "zipi y zape" vampíricos de "El misterio de Salem's Lot" (Salem's Lot, Tobe Hopper, 1981, basada en Stephen King) o la Kirsten Dunst de "Entrevista con el vampiro" (Interview with a vampire, Neil Jordan, 1994, según Anne Rice), insaciable, caprichosa, niña eterna aunque mujer enamorada atrapada en un cuerpo diminuto, traidora a su creador, Lestat, y a quien las leyes vampíricas condenarán a la incineración solar...¡por mala!.
Niños ilustrativos de nuestras peores pesadillas, ángeles de la muerte, diablillos nimbados a quien acariciar puede costar la pérdida de la integridad, o al menos, de algunos dedos; escondidos en la oscuridad a nuestro acecho mientras le dan al chupete y al sonajero...
Igual que no hay nada ni nadie que pueda inspirar mayor ternura, ¿habrá alguien o algo que pueda llegar a dar más miedo que un niño?

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